Volveremos allende
Por fin amaneció. Avanzó la aurora como una flor de fuego y retrocedió lentamente la oscuridad. El cielo se aclaró y la abrumadora belleza del paisaje surgió ante sus ojos como un mundo recién nacido. Se pusieron de pie, sacudieron la escarcha de sus mantas, movieron los miembros entumecidos y bebieron el resto del aguardiente para volver a la vida.
- Allí está la frontera- dijo el guía señalando un punto en la distancia.
- Entonces aquí nos separamos- decidió Francisco. Al otro lado habrá amigos esperándonos.
- Deberán pasar a pie. Sigan las marcas de los árboles y no podrán perderse, es un camino seguro. Buena suerte, compañeros...
Se despidieron con un abrazo. El baqueano se volvió con las bestias y los jóvenes echaron a andar hacia la línea invisible que dividía esa inmensa cadena de montañas y volcanes. Se sentían pequeños, solos y vulnerables, dos navegantes desolados en un mar de cimas y nubes, en un silencio lunar; pero también sentían que su amor había adquirido una nueva y formidable dimensión y sería su única fuente de fortaleza en el exilio.
En la luz dorada del amanecer se detuvieron para ver su tierra por última vez.
- ¿Volveremos?- murmuró Irene.
- Volveremos - el replicó