Un invento sin futuro
Oeste, el color de esmeralda de las aventuras de piratas, los rojos de las capas y los oros de los cascos de los centuriones en las películas de romanos en tecnicolor. Pero mi madre, mi hermana, mis abuelos y yo, cruzábamos los pocos pasos que nos separaban de la casa de
Baltasar como si fuéramos a asistir a una fiesta o a un espectáculo de magia, tomábamos asiento y esperábamos a que el televisor, después de encendido, “se fuera calentando”.
Cuando las imágenes ya se veían bien definidas Baltasar ordenaba con su voz grave y pastosa,
“apagad la luz”.
Veíamos películas, veíamos concursos, veíamos noticiarios, veíamos anuncios, veíamos transmisiones de la santa misa, veíamos partidos de fútbol y corridas de toris, veíamos series de detectives que hablaban siempre con un extraño acento que era vagamente sudamericano, pero que para nosotros era, sin más, la manera de hablar de los personajes de las películas y de las series. Pero viéramos lo que viéramos los adultos no se callaban nunca.
Respondían a las buenas tardes de las locutoras y a las buenas noches al