El poder de los libros
El narrador está en el hospital después de un accidente que le dejó durante algunos días entre vida y muerte.
Una mañana mi padre se dirigió a los Portales (1) de Toluca para comprar el periódico. Mi madre se quedó a tejer (2). En la cama, yo jugaba con mis soldados de plomo, que me habían traído de Contepec (3).
Hacia las once regresó él con una bolsa de pan dulce, manzanas rojas y la revista Life. Me pidió que quitara los soldados de la cama y sobre la colcha puso su regalo : El rey cuervo, Los tres pelos del diablo y El sastrecillo valiente, de los hermanos Grimm (4).
Con avidez abrí esos presentes misteriosos editados en Barcelona y en Buenos Aires, impresos en papel corriente, con portada de cartón, ilustraciones de color y en blanco y negro. Toda la tarde los leí, los cerré, los abrí, sin cansarme de su contenido ni de los dibujos.
No me preguntaba si era real o ficticio ese sastrecillo (5) quien había conseguido casarse con una princesa convertida en cuervo (6) invisible. Ella, condenada a recorrer la tierra, veía sin poder ser vista, oía sin poder ser oída, tocaba y amaba sin poder ser sentida.
Me impresionó en particular una ilustración de "El ahijado de la Muerte" (7) cuento que venía al final de El Rey cuervo. Allí la Descarnada (8), guadaña (9) en mano, mostraba a su ahijado (10) millones y millones de cirios, grandes, medianos y pequeños, prendidos (11) y apagados en el suelo de una enorme cueva.
- ¿Y cuál es mi luz, madrina ? - preguntó el ahijado.
- Esa - respondió la Muerte, mostrando un cirio casi consumido. La respuesta de la madrina me aterró y pedí a Dios, cuyos poderes eran superiores a los de la Muerte, que la llama de mi vida fuera más larga que la del ahijado, la cual en el cuento se extinguía.
Al anochecer coloqué los libros junto a la almohada (12) y me dormí, con la felicidad que uno siente cuando conoce un mundo nuevo. Sabía que al abrir los ojos los cuentos estarían allí.
Se dice que un hombre