Cumpleanos feliz
El narrador tiene unos 25 años.
Ese día, cerca ya de la hora de comer, mi padre entró en mi habitación, abrió las dos ventanas de par en par y, sentándose en el borde de la cama, interrumpió de este modo mis dulces sueños:
- Hijo mío, no es mi deseo amargarte el día de tu cumpleaños, pero por el bien de todos debes prestar atención a lo que te voy a decir. En el día de hoy entras en tu segunda juventud, probablemente la más decisiva de las edades del hombre: de ella depende la felicidad de la madurez, de la que es semilla y abono indispensable.
Has nacido en el seno de una familia comprensiva y liberal que te ha dado una educación esmerada: has ido a un buen colegio y a la universidad y has salido airoso de ambas experiencias; has viajado, has visto mundo, y no sé pero supongo que en tu periplo habrás frecuentado otras escuelas además de las académicas, donde seguramente habrás aprendido lecciones vedadas a la discreción y a la prudencia de los maestros. No creo insultarte si digo que has llevado una vida regalada: soy el primero que ha procurado inculcar en tu pensamiento la idea de que la vida es un regalo, y de que no hay vicio más detestable que la ingratitud. Pero, aunque nada tengo que reprocharte, confieso a fin de cuentas que esperaba algo más de ti que ese natural agradecimiento. Esperaba ver salir de ti un gesto, un impulso, una ocasión de retribuir, con otro regalo, os favores recibidos...Todo eso esperaba, ya ves, y sin embargo lo único que hasta ahora he podido presenciar es cómo te limitas a dar las gracias.
Te repito, hijo mío, que no debes entender eso como un reproche. Pero hay que cuidar que lo que te puedes permitir hoy no se vuelva mañana contra ti. En vista de todo ello he decidido que te pongas a trabajar. Había pensado llevarte conmigo a la fábrica de cartones, pero los efectos que podrían derivarse de nuestra mutua influencia desaconsejan vivamente esta medida; así que he hablado con tu tío