Globalizados y globalizadores
Es verdad que en los últimos decenios se multiplicaron los progresos en las técnicas productivas, las telecomunicaciones y transportes, y en el procesamiento de datos, lo que ahora impacta las actividades económicas, al mundo del trabajo y hasta la vida cotidiana. Los contactos entre empresas y naciones alrededor del mundo ganaron rapidez y variedad, y lo que sucede en unos puntos del planeta enseguida afecta a casi todos los demás. A ese enjambre de consecuencias de los progresos técnicos sobre la mayor parte del planeta se le denomina globalización.
También es cierto que en épocas anteriores otras innovaciones asimismo transformaron las condiciones de existencia en grandes porciones del planeta. Por ejemplo, los adelantos en las técnicas náuticas y la construcción de barcos permitieron a los navegantes europeos darle la vuelta a África, arribar al Oriente y conquistar América, entrelazando las economías y culturas de tres continentes. En su tiempo, aquella fue también una globalización que vinculó las vidas de esos enormes territorios como partes de un solo sistema mundial.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Esos barcos pertenecían a alguien y estaban a su disposición, no al servicio de la humanidad. Así pues, no fue igual participar en dicho fenómeno como navegante portugués, hidalgo español o agiotista holandés, que hacerlo como indígena avasallado o africano esclavizado. Como tampoco ahora equivale hacerlo como banquero neoyorquino o tecnólogo alemán, que como pequeño productor peruano u obrero mexicano.
Claro está, cuando una globalización surge y se impone no queda más opción que adecuarse a las nuevas circunstancias; sin embargo, los medios y oportunidades para intentarlo son muy desiguales. Según enseña la historia, cada globalización se ha realizado entre unos